Mayo del 452 D.C, en algún lugar cercano al rio Mincino…
León I, al que luego llamarían “Magno”, acude al punto de encuentro a lomos de un hermoso caballo blanco, y ataviado con todos los símbolos de su poder. A su lado, San Pedro y San Pablo, ambos armados, guardan al Sumo Pontífice. Enfrente, a unos metros, Atila, también a caballo, le aguarda expectante, con una mezcla de desprecio, inquietud y temor reverencial. La entrevista se prolonga por espacio de casi una hora. Tras ella, Atila, al que en Roma ya empiezan a apodar “el azote de Dios”, por su serie de victorias incontestables contra las fuerzas del Imperio, vuelve grupas hacía el Danubio y abandona sus pretensiones de conquistar Roma.
¿De que hablaron el Papa y Atila? ¿Cómo es posible que se entendieran, si Atila no hablaba latín y no intervino intérprete alguno? ¿Cómo le convenció para que no penetrara en Roma y la entregase a sus huestes?. Sabemos muy poco de una de las entrevistas más importantes en la historia del mundo antiguo, porque, evidentemente, no hay historiadores hunos que hayan “cubierto la exclusiva” y porque León I no comentó con nadie los pormenores del encuentro. Lo que es indudable es que tuvo éxito, porque el azote de Dios no entró en la todavía capital del Imperio. Sin embargo, los prolegómenos del encuentro no eran muy favorables para el pastor de la cristiandad. Atila necesitaba victorias suficientes para mantener la máquina militar sobre la que se asentaba su poder y quizás pensó que podría obtenerlas destruyendo Roma, símbolo del mundo civilizado, frente al cual había construido su reino. El Huno dedicó la primavera del año 452 D.C. a someter las ciudades del norte de Italia, para convertirlas en bases avanzadas que le facilitaran su posterior avance hacía el sur. Aquilea, Papua, Verona, Brescia…fueron arrasadas. El emperador Valentiniano III, incapaz de defender a sus súbditos y, según las crónicas, muerto de miedo, escapó a Rávena.
Pero Atila no se decidía a atacar; sus augures no advertían símbolos propicios, y aún estaba reciente en su mente el fatuo destino de Alarico, el rey de los godos quien, tras saquear Roma en el 410 D.C, murió repentinamente y, al parecer, sin causa alguna. Cuando finalmente decidió encaminarse hacía la ciudad eterna, El papa León I le salió al paso. Los historiadores dan dos posibles razones por las cuales el Huno desistió de sus intenciones. Por un lado, es posible que León I le pagara un rescate, pero algunos autores niegan esa posibilidad porque las arcas imperiales estaban literalmente a cero. Otra opción tiene que ver con la enfermedad. En aquellos días una epidemia de peste asolaba la mayoría de los barrios de la ciudad eterna. Es posible que los hunos, con su medio de vida semi – nómada, no conocieran las terribles consecuencias de ese mal y quizás, León I se la apañó para presentar a Atila las evidencias de la plaga, en las personas de tres o cuatro apestados.
León I, al que luego llamarían “Magno”, acude al punto de encuentro a lomos de un hermoso caballo blanco, y ataviado con todos los símbolos de su poder. A su lado, San Pedro y San Pablo, ambos armados, guardan al Sumo Pontífice. Enfrente, a unos metros, Atila, también a caballo, le aguarda expectante, con una mezcla de desprecio, inquietud y temor reverencial. La entrevista se prolonga por espacio de casi una hora. Tras ella, Atila, al que en Roma ya empiezan a apodar “el azote de Dios”, por su serie de victorias incontestables contra las fuerzas del Imperio, vuelve grupas hacía el Danubio y abandona sus pretensiones de conquistar Roma.
¿De que hablaron el Papa y Atila? ¿Cómo es posible que se entendieran, si Atila no hablaba latín y no intervino intérprete alguno? ¿Cómo le convenció para que no penetrara en Roma y la entregase a sus huestes?. Sabemos muy poco de una de las entrevistas más importantes en la historia del mundo antiguo, porque, evidentemente, no hay historiadores hunos que hayan “cubierto la exclusiva” y porque León I no comentó con nadie los pormenores del encuentro. Lo que es indudable es que tuvo éxito, porque el azote de Dios no entró en la todavía capital del Imperio. Sin embargo, los prolegómenos del encuentro no eran muy favorables para el pastor de la cristiandad. Atila necesitaba victorias suficientes para mantener la máquina militar sobre la que se asentaba su poder y quizás pensó que podría obtenerlas destruyendo Roma, símbolo del mundo civilizado, frente al cual había construido su reino. El Huno dedicó la primavera del año 452 D.C. a someter las ciudades del norte de Italia, para convertirlas en bases avanzadas que le facilitaran su posterior avance hacía el sur. Aquilea, Papua, Verona, Brescia…fueron arrasadas. El emperador Valentiniano III, incapaz de defender a sus súbditos y, según las crónicas, muerto de miedo, escapó a Rávena.
Pero Atila no se decidía a atacar; sus augures no advertían símbolos propicios, y aún estaba reciente en su mente el fatuo destino de Alarico, el rey de los godos quien, tras saquear Roma en el 410 D.C, murió repentinamente y, al parecer, sin causa alguna. Cuando finalmente decidió encaminarse hacía la ciudad eterna, El papa León I le salió al paso. Los historiadores dan dos posibles razones por las cuales el Huno desistió de sus intenciones. Por un lado, es posible que León I le pagara un rescate, pero algunos autores niegan esa posibilidad porque las arcas imperiales estaban literalmente a cero. Otra opción tiene que ver con la enfermedad. En aquellos días una epidemia de peste asolaba la mayoría de los barrios de la ciudad eterna. Es posible que los hunos, con su medio de vida semi – nómada, no conocieran las terribles consecuencias de ese mal y quizás, León I se la apañó para presentar a Atila las evidencias de la plaga, en las personas de tres o cuatro apestados.
Aunque ir a una entrevista con San Pablo y San Pablo, tiene que ayudar bastante ¿no?...
P.D: Curiosamente, León I hubo de volver a mediar en el 455 D.C, está vez, ante los vándalos de Genserico. En esta ocasion no tuvo éxito.
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