miércoles, 13 de abril de 2005

Julio Gneo Agrícola

...Y no se llamaba así porque cultivara lechugas, aunque de haberlo hecho, seguro que le hubiesen salido verdes y lozanas porque Julio Gneo Agrícola, que así se llamaba nuestro protagonista, era un hombre extraordinario. A los veintiún años se enroló en el ejército y dedicó los tres lustros siguientes a escalar, sin prisa pero sin pausa, toda la pirámide militar hasta llegar a ser gobernador de la provincia de Britannia, cargo que estrenó en el 78 D.C.
Britannia, era la última de las adquisiciones imperiales y su conquista se puede calificar, como mínimo, de azarosa. Su proximidad a las costas galas parecía invitar a las armas; la agradable, aunque más bien dudosa, posibilidad de buscar perlas, atrajo la codicia de las gentes del Imperio y, a pesar de considerarse un territorio distinto e ignoto, se aprobó su conquista en los albores del 40 D.C. Dicha conquista la empezó el más tonto de los emperadores, la continuó el más disoluto y la terminó el más timorato. Aún sorprende que con semejante trío de ases en el bolsillo, las águilas romanas pudieran establecer sus nidos tras el canal de la Mancha. Y si lo hicieron, fue en gran medida gracias a los naturales de aquellas islas: los britanos. Eran tribus de valor sin tino, aguerridas en el combate, duras y persistentes en la derrota y con amor salvaje por la libertad; pero todas estas virtudes quedaban eclipsadas ante el mayor de sus defectos: les encantaba enfrentarse a los romanos pero aún gozaban más zurrándose entre ellos. Los legionarios, que estaban en todo, observaban estos enfrentamientos como el cocinero observa engordar al pavo en Navidad y, mientras los britanos luchaban por separado, los fueron sometiendo uno por uno.
Y todo ello, en gran parte, gracias a Agrícola. Estupendo militar, donde sus excelentes cualidades personales se mostraban más exhuberantes, era como conductor de hombres. Con él, las legiones no andaron, ¡volaron por los prados escoceses! Tácito, que era su yerno, cuenta que el gran militar tenía por costumbre arengar a sus soldados al atardecer, justo después de construir el campamento, y que los hombres le escuchaban embelesados, apretando el puño de sus espadas con emoción contenida, mientras Agrícola relataba hazañas ocurridas en sus años de juventud, o imponía una condecoración a algún soldado que se había distinguido en una escaramuza, esa misma mañana.
Agrícola, batallando sin cesar, llegó al norte de Escocia y venció a una gran coalición de Caledonios y Pictos que le salió al paso en un lugar conocido como Mons Graupius. Inmediatamente después, subió a uno de sus trirremes, y procedió a circunvalar la isla con gran temor de su tripulación, que probablemente sólo subió al barco porque antes lo hizo su amado general. Tras varias semanas de navegación, se convirtieron en unos de los pocos romanos que divisaron la isla de Hibernia (Irlanda) y Agrícola, seguramente, en el primero que puso un pie en aquellas tierras. Volvieron apresuradamente a Escocia, donde era necesario consolidar la conquista, y en ello estaba Agrícola cuando un mensajero del emperador Domiciano le entregó una escueta carta que le decía, simple y llanamente, que debía regresar a Roma. La carta no ponía nada de su cese, pero conociendo a Domiciano, lo más probable es que viniera incluido en el precio. Agrícola, volvió a Roma, pero el Emperador ni siquiera no recibió. Simplemente se le dieron las gracias por los servicios prestados y se le recomendó que escogiera una casita tranquila para retirarse, e intentará hacer el menor ruido posible. Nuestro protagonista, como toda su vida, acató las órdenes de su único superior, posiblemente rechinando los dientes…pero lo hizo. Pasó los restantes 7 años de su vida haciendo honor a su nombre: cultivando su huerto.
Agrícola fue, en relación a Domiciano, lo que representó quince siglos más tarde el gran Capitán para su rey, Fernando el católico: un servidor demasiado valioso que pasó de iluminar, a hacer sombra. Tan grandes eran sus hazañas, tan extraordinarios sus méritos, que se convirtió en un factor de inestabilidad. Cuentan las fuentes que, en las calles de Roma, los niños jugaban a ser Agrícola y entre los mayores, eran comunes los chistes en los que, comparando las virtudes de señor y vasallo, el primero no salía muy bien parado. Ante todo esto, Domiciano explotó y ordenó el regreso de su general, cuando los legionarios de roma estaban ya subiendo a sus barcos para clavar sus estandartes en Irlanda.

Como dijo Juvenal, Excelentia odium parit (La excelencia engendra odio).

2 comentarios:

Turulato dijo...

¡Bienvenido!. Otra cosica es el tiempo pudiendo leer con placer...

Luis Caboblanco dijo...

¡Qué hay!

Tengo bastantes artículos escritos, así que los colgaré poco a poco.

Un saludo.