martes, 19 de abril de 2005

La atención al cliente...

Pues sí, la atención al cliente era importantísima en la Roma Antigua. Bueno..., tal vez no como la entendemos ahora y seguro que en aquellos tiempos no habría un 902 para recibir las quejas, pero el sistema clientelar era uno de los tres pilares básicos que sustentaban el entramado social romano junto con la familia y el ejército. La palabra “Cliente” es un cultismo que se introdujo en el idioma castellano a mediados del siglo XV, más o menos; procede del latín cliens/tis que, a su vez, es una variante de cluens/tis, más conocido por ser el participio presente del verbo cluens que significa “ser llamado”. Todo esto está muy bien pero, ¿qué significa exactamente ser cliente de alguien?.
Un cliente era un partidario leal a una familia noble de Roma, que además se comprometía a obligarse de forma permanente respecto al jefe de esa parentela, que recibía el nombre de Patronus. Es decir, los clientes actuaban como una especie de clan del patrón. Debían apoyarle lealmente en cualquier empresa, tanto de carácter militar como político, acompañarle a los actos públicos, presentarle sus respetos cada mañana en su casa e incluso formar parte de su escolta armada. Mientras tanto, el patrón ayudaría a sus clientes, representando sus intereses políticos, prestándoles dinero a bajo coste, interesándose por su descendencia e incluso, ayudándoles a "colocar" con algún buen partido a la más tonta de sus hijas, o defendiéndoles en juicio como su abogado, si esto último era necesario. Esta lealtad o devoción en el comportamiento de uno para el otro, cada uno con sus respectivas obligaciones, se denominó Fides, y acabó dando lugar a la palabra castellana fidelidad. Esta idea de fides estaba tan arraigada que, por ejemplo, Tito Labieno, que se había distinguido como comandante de caballería en los ejercitos con los que Julio César sometió la Galia, tuvo que renunciar a la amistad que le unía a su general al estallar la Guerra Civil ya que la ciudad donde nació, Picenum, se adhirió al bando de Pompeyo.
Cuando un patrón tenía demasiados clientes, no podía esperarse que reaccionara de forma rápida a las necesidades de todos; para solucionarlo podía encomendar o, mejor dicho, delegar parte de sus labores en algunos de sus clientes más ricos, que a su vez ejercían el patronazgo con aquellos otros clientes que se encontraban por debajo de ellos, dando lugar a una estructura totalmente piramidal donde cada uno se ocupaba del inferior y respondía ante el superior. El sistema funcionaba tan bien, que hizo que se creara una especie de red de bienestar en un estado que, como consecuencia de las desigualdades sociales, no tenía muchos recursos para apoyar al pobre. La clientela subsistió hasta prácticamente el final del Imperio. El único hombre que no se reconocía cliente de nadie era el mismo Emperador.
La clientela no desaparecía con la muerte del patrono. Más bien al contrario, uno de los comportamientos que se esperaban del cliente era que mantuviera su fidelidad a la descendencia del difunto. El número de clientes podía ser ilimitado aunque se consideraba de mal gusto asumir como tales a más personas de las que se podían atender. Los grandes hombres del tramo final del periodo republicano romano, como Julio César, Pompeyo, Sila o Mario tuvieron como clientes no ya a miles y miles de hombres con sus familias, sino a ciudades o incluso regiones. Es más, reinos enteros podían pasar a convertirse en clientes del comandante romano que los había conquistado. Por ejemplo, el reino de Bitinia, una pequeña zona costera al sur de Turquia, se convirtió el cliente de Roma básicamente porque a su rey, Nicomedes, se le metió entre ceja y ceja el trasero de Julio Cesar; Este se dejo querer y….

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El caso de Tito Labieno que pones es erroneo.
Si bien era del Piceno, y si bien habia sido cliente de Pompeyo, este rompió sus lazos con el cuando descubrio que Tito Labieno tenia una aventura con una de sus esposas, Mucia Tercia, la antigua esposa de Cayo Mario hijo.
Cierto es que despues de este episodio, y tambien de la utilizacion de su periodo de tribuno de la plebe por Cesar para conseguir mas poder, se fue con Cesar a la Galia.
Cesar decia que Labieno era brillante en el campo de batalla, sobre todo en la caballeria. Pero tambien que Labieno era un salvaje al que le gustaba torturar. Si no, un ejemplo serian los prisioneros de ls IX Legion que cogió en Durraquio, a los que cegó, castró, flageló y luego ejecutó... solo por estar en el bando de Cesar.
Actualmente se dice que Cesar detestaba a ese hombre, ya que sus actos, influian en su dignitas, al estar bajo su mando.
Lo que lleva a pensar, que antes del cruce del Rubicon, Cesar lo despidiera de su vista... lo que le llevó a volver con Pompeyo, necesitado de militares de verdad en su bando.
Edem.

Luis Caboblanco dijo...

Todo es opinable...

Cuando Labienus se pasa precipitadamente al bando pompeyano después del cruce del Rubicón, César se asombró de corazón, pero le devolvió sus pertenencias. Pero sigue siendo un misterio el motivo último que le llevó a esa decisión. Lo que es seguro es que, entre clientela y cuernos, en la antigua Roma podía más la clientela, sobre todo si tenemos en cuenta las veces que se divorciaban solo para volverse a casar con personas del partido contrario.

Según Dión Cassio, Labieno, opulento y cubierto de gloria, empezaba a vivir con mucha más pompa que la que requería su rango. Su paso al bando pompeyano fue recibido por estos como un gran triunfo. Cicerón escribió en una carta "Labieno es un verdadero héroe, desde hace tiempo nada se ha hecho que sea más digno de un buen ciudadano. Este ejemplo tendrá, se dice, innumerables imitadores."

En la guerra civil, Labieno fue el mejor general de los pompeyanos y su mejor baza para vencer a César después de la muerte de Pompeyo, pero nada pudo hacer después de Farsalia en Africa, junto a Escipión y Catón.

Poco antes de morir César dijo de él "Labieno fue el único amigo que me traicionó."

Yo estoy seguro de que Cesar lo de despidió voluntariamente. No estaba sobrado de buenos comandantes de caballería y Labieno hacía cosas para que Julio no tuviera que hacerlas.

Y otra cosa. Labieno se llevaba francamente mal con Balbo, el banquero de Cesar, y siguió con él durante años.