miércoles, 3 de diciembre de 2008

El último confín... Hydaspes


Una mañana de junio del 326 a.C. un rey indio llamado Poros movilizó un poderoso ejército de muchos miles de hombres, trescientos carros de guerra y doscientos elefantes y lo acampó en la orilla izquierda de un río llamado Hydaspes. El mencionado curso de agua, que por momentos se ensanchaba violentamente impidiendo el cruce tanto de personas como de bestias, separaba, de hecho, Asia central del subcontinente indio. En la otra orilla, un guerrero macedonio, lleno de heridas, esperaba junto con su ejército; habían hecho un larguísimo viaje que, durante los últimos ocho años, les había llevado combatiendo y en ocasiones en medio de graves penalidades, hasta lo que para ellos representaba de hecho, el final del mundo conocido.

Todos ellos eran, más que soldados, compañeros de su líder; veteranos de batallas y asedios, portadores de enormes cicatrices, dueños de un cuerpo magullado y un alma extenuada, y sabían que en esta ocasión no se encontraban frente a uno de tantos enfrentamientos a los que su jefe les había conducido. En aquel remoto lugar, lo que se les ofrecía no era una, sino dos pruebas; no se trataba solo de imponerse al adversario... si lo hacían, deberían además elegir si querían acompañar a Alejandro hacia lo desconocido, entendido esto como algo aún más desconocido que lo de costumbre. El macedonio cruzó el río, al mando de casi la mitad de sus infantes y dos escuadrones de jinetes escogidos, gracias a dos pequeños islotes que habían quedado al descubierto y que acabaron formando un enorme meandro. Una vez en el otro lado, tuvo el tiempo justo para disponer a sus hombres y dirigirse a ellos, brevemente, antes de que la vanguardia de Poros, al mando de su hijo – probablemente con el mismo nombre... - les atacara salvajemente. En medio del combate subsiguiente, se reveló que las fuerzas asignadas por el padre a su retoño eran escasas y éste, demostró su valor – si es que se puede hablar de esta manera... – arrojándose al mar de muerte que formaban las sarissas macedónicas y falleciendo en el acto.

Sin embargo, los elefantes de Poros se encargaron de reestablecer un precario equilibrio, gracias sobre todo a que el olor que desprendían y el sonido de su barrito generaban tal pavor en los caballos de los macedonios que les volvían literalmente ingobernables. Para Alejandro, cuya habilidad residía sobre todo en introducir a su caballería de élite en las filas enemigas por los espacios que dejaba libre su infantería, quebrar aquella muralla de carne y colmillos era, sencillamente, una entelequia. Y ahí, el macedonio de los rizos de oro mostró la única cualidad que se repite de forma sistemática en todos aquellos que triunfan, que prevalecen... su capacidad de adaptación. De su masa de caballería, separó a un contingente formado por los mejores – o los que menos apego le tenían a la vida – y provocó de forma sistemática a uno de los flancos de Poros; En algún momento, aquel enorme indio - quizá midiera más de dos metros... - no pudo soportarlo más y acudió en ayuda de sus hombres, perdiendo la cara a la falange y arrastrando a sus elefantes a un movimiento similar. Cuando estuvo claro que el pez había picado, Alejandro mostró su as en la manga; primero cubrió el cielo con miles de flechas que impactaron contra los terribles paquidermos, luego ordenó a su infantería que los acometiera, de lado como estaban, con toda la furia de la que fueran capaces y por último, lanzó a la otra mitad de su caballería, que había estado escondida entre los matorrales durante gran parte de la batalla – y que seguro, Poros había olvidado –, a culminar la encerrona.

Los elefantes, aseteados, en medio de un hediondo olor a sangre, con las lanzas de la infantería griega clavadas en sus costados y con la amenaza de cientos de jinetes sin ni siquiera poder girarse para acometerlos, enloquecieron, emprendiendo una frenética huida en los que amigos y enemigos fueron tratados por igual y que acabaría transformada en una auténtica desbandada de la que, como siempre, Alejandro salió triunfante.

Tras casi diez horas de lucha, muchísimo para lo que era corriente en aquellos días, Alejandro y sus hombres alcanzaron por fin la última puerta de aquel viaje triunfal por los universos conocidos. Y fue allí donde sus caminos y sus almas se separaron de forma definitiva. Fue allí donde un grupo de hermanos le comunicaron a su jefe, al hombre en quien habían encomendado su destino durante tanto tiempo, que si quería emprender la conquista de un nuevo horizonte, debería hacerlo sólo y fue allí donde un hombre que parecía no tener límites encontró el suyo, quizá de la manera más dolorosa posible, en el punto más alejado de su partida e inmediatamente después de uno de sus más memorables triunfos.

¿Moraleja? puede ser... Tal vez debamos tener presente que hay cosas para las que ni siquiera nosotros estamos capacitados y que nuestra cota, nuestro cenit, podría estar aún muy lejano o tal vez no... quizás esté a la vuelta de la esquina. Tratemos de entener cada instante como el último entonces...

“A donde yo voy... no puedes seguirme” Juan, 36

9 comentarios:

Anónimo dijo...

No conocía la historia de Hydaspes, tampoco las sarissas (que inculto es uno), pero como me ha gustado el cuadro te dejo un enlace a casi todos los cuadros del autor Andre Castaigne, los puedes ver aquí.
Saludos

Luis Caboblanco dijo...

Gracias Jubileta, se agradece. Le daremos una vuelta.

antonio dijo...

Nos podrías honrar con una magnifica historia de los tercios? no se de ninguna en concreto, pero me encantaría que me sorprendieras con alguna historia del valor sin parangón de nuestra vieja infantería.

Sin otro particular, un saludo y gracias.

Turulato dijo...

Últimamente, leyendo o contemplando en canales temáticos momentos cruciales de grandes personajes históricos, estoy sintiendo y concluyendo lo contrario que hasta hoy.
Antes, en especial hasta más o menos los 40 años, quizá por educación e ilusión, me detuve a contemplar las gestas que los llamados grandes hombres protagonizaron en la Historia.
Hoy, sin negar sus hazañas y la trascendencia de su influencia histórica, reparo mucho más en una idea.. ¿Hasta que punto muchos de ellos ignoraron los intereses de la sociedad que representaban y promovieron los suyos, aunque perjudicasen a aquellos?.
No consigo responderme, quizá porque ambos aspectos son inseparables. Pero, de verdad, ¿Helas recibió los frutos de la epopeya de Alejandro?.
O fue el antecedente de España con Carlos y Felipe.....

Unknown dijo...

Mi personaje histórico favorito, no se si la historia lo ha engrandecido o no, si fue tan realmente bueno como se cuenta, pero lo que está claro es que llego a donde no llego nadie e hizo lo que no hizo nadie.

Gracias una vez mas Sr. Caboblanco por deleitarnos con estas historias.

Luis Caboblanco dijo...

Pues sí. cada vez es más difícil casar el objetivo de estos grandes personajes y de los hombres y mujeres que realizaron lo más duro de su gesta. Pero quizá en aquellos días, sin playstation ni iphone, importaban más otras cosas menos mundanas y la muerte y el sufrimiento estaban presentes aunque de otra manera, más dolorosa y más habitual también.

Buscar el destino personal dentro de una empresa colectiva es, en cualquier caso, un trabajo de titanes.

Antonio, me lo pongo en el "to do"

Saludos

José Luis de la Mata Sacristán dijo...

cuenta Herodoto, que después de que Alejandro renunciara a continuar su hombres lloraban por su grandeza, ya que él que no había claudicado ante ningún enemigo lo había hecho ante sus soldados.

José Luis de la Mata Sacristán dijo...

Perdón Herodoto no pudo ser el autor de mi anterior comentario ya que Alejandro es posterior.... al historiador... si consigo averiguar de quien es os lo haré saber....

Luis Caboblanco dijo...

Hola jose Luis.

Sin duda hablas de Plutarco, autor de "Vida de Alejandro".