43º 18’ 55’’ latitud norte, 2º 40’ 39’’ longitud oeste. Altitud sobre el nivel del mar: 21 metros. Tiempo sobre el objetivo, despejado. Visibilidad, buena.
Éste fue el parte meteorológico que el jefe del Estado Mayor de la Legión Cóndor, Teniente Coronel Wolfram, puso a disposición de los pilotos que estaban a punto de participar, puede que a su pesar, en un hecho histórico: el primer bombardeo aéreo y sistemático contra la población civil de una ciudad. Un experimento... un horror experimental... Guernica.
La neblina se detenía justo a la altura de la costa. El objetivo era diáfano y, por consiguiente, no era necesario usar los mapas; bastaba alcanzar el cantábrico y virar para seguir el curso del río oca durante nueve kilómetros hasta situarse en la ciudad sagrada de los vascos. Después, solo quedaba apretar el botón y lanzar el catálogo de bombas que durante los años siguientes alcanzarían la categoría de habituales: rompedoras, explosivas, incendiarias, retardadas... Mientras tanto, ametrallar a campo abierto, perseguir a los que escapaban... tratar de causar a la población el mayor daño posible; que el mundo entero temblara ante la magnitud de la noticia. “Para nosotros – afirmó luego uno de los pilotos que participó en el bombardeo – todas las órdenes son iguales”.
El ataque aéreo sobre Guernica fue algo más que una simple operación en el frente norte de la guerra. La combinación de bombarderos y cazas, cuarenta y tres en total, dejaría la ciudad borrada del mapa, llena de cráteres, de cadáveres, de lamentos. Uno de los objetivos militares – por decir algo – era un pequeño puente que los paisanos utilizaban para pescar el barbo; por ese puente, que varios miles de kilogramos de bombas no pudieron hundir, pasarían las columnas victoriosas de Franco tres días después del bombardeo, a hacerse cargo de lo que quedaba. Porque, para Emilio Mola, aquella población había alcanzado la categoría de nudo gordiano: varios cientos de gudaris, anarquistas, “rojerío” vario... habían alcanzado la ciudad en desbandada y, aprovechando que el 26 de abril era día de mercado, habían permanecido en la ciudad. Pero su capacidad defensiva era nula. Ni antiaéreos, ni artillería... Tan solo viejos fusiles y un par de ametralladoras oxidadas. La población, unos 7.000 habitantes, había crecido anormalmente ante la avalancha de refugiados que huían del avance nacional; las panaderías trabajaban a destajo, las tabernas estaban llenas. Algunos guerniqueses se habían puesto manos a la obra para construir refugios y alguna trinchera pero aquel domingo tocó la banda municipal y se proyectó una película en el cine Liceo. El ambiente era de normalidad.
Mientras tanto, en Burgos, se cargaban en los Junkers y Heinkels unos extraños tubos de aluminio y acero, que encerraban unos 165 gramos de magnesio en su interior, listo para fluir a través de seis aberturas practicadas en la base del tubo, justo en el momento en que las casas se vinieran abajo sobre sus ocupantes. Anteriormente, ya se habían utilizado sobre los barrios obreros de Madrid pero el escenario de calles estrechas, delimitadas por edificios de madera, parecía, esta vez sí, el ideal. Cuando Von Richthofen, extrañado ante la poca entidad del objetivo que le tocaba, preguntó a sus pilotos y consejeros: “¿Saben ustedes algo de Guernica?”... todos se encogieron de hombros. El representante de Franco en la Legión Cóndor si lo sabía pero, según los historiadores, se cuidó mucho de abrir la boca.
Cuando sonó sobre la ciudad la primera de las alarmas, y la segunda, la mayoría aprovecharon para apurar los chatos de vino o terminar de despedirse de su cuadrilla; las alarmas antiaéreas sonaban una decena de veces al día y aquel parecía un día normal. Cuando sonó por tercera vez y los parroquianos se decidieron a encarar el camino de vuelta a casa, el primero de los aviones enfilaba, a más de doscientos kilómetros por hora, la avenida principal. Unos segundos después, empezaban a explotar las casas, que se derruían como una tea incandescente, víctimas de la química que encerraban los nuevos ingenios alemanes. La gente que lograba salir de sus domicilios presentaba horribles quemaduras y era proyectada por la onda expansiva y las deflagraciones a muchos metros de distancia, impactando con violencia con el suelo. La lluvia de acero, de astillas, de fuego, se prolongó durante mucho tiempo, muchísimo, en el que la mayoría de los edificios señeros de la ciudad, ayuntamiento, iglesias... fueron reventados por bombas de doscientos cincuenta kilos. Y aquello parecía no tener fin; desde Burgos despegaron varias escuadrillas y desde Vitoria, cazas de refuerzo. Dos horas después del primer impacto, la humareda tal que los pilotos alemanes reconocieron en sus informes que accionaban la palanca sin tener la más mínima idea de sobre qué iban a caer... Todo acabó a las siete y media de tarde.
La ciudad tardó un día en apagar los incendios y otro en recoger a sus muertos. Todavía campaban en Guernica los rescoldos cuando entraron, al mando de Mola, cientos de requetés, flechas negras italianas y dos compañías de moros de los ejércitos de África. La brigada de zapadores se limitó a instalar unas tiendas de campaña porque, realmente, no había demasiado de salvar y los italianos, siempre tan atrevidos, no perdieron el tiempo de cortejar a algunas mozas de la ciudad; y mientras tanto, en el mundo acabada de estallar otra guerra... la de la controversia sobre los autores y la magnitud de la tragedia... y en ella, parece, que aún estamos.
Éste fue el parte meteorológico que el jefe del Estado Mayor de la Legión Cóndor, Teniente Coronel Wolfram, puso a disposición de los pilotos que estaban a punto de participar, puede que a su pesar, en un hecho histórico: el primer bombardeo aéreo y sistemático contra la población civil de una ciudad. Un experimento... un horror experimental... Guernica.
La neblina se detenía justo a la altura de la costa. El objetivo era diáfano y, por consiguiente, no era necesario usar los mapas; bastaba alcanzar el cantábrico y virar para seguir el curso del río oca durante nueve kilómetros hasta situarse en la ciudad sagrada de los vascos. Después, solo quedaba apretar el botón y lanzar el catálogo de bombas que durante los años siguientes alcanzarían la categoría de habituales: rompedoras, explosivas, incendiarias, retardadas... Mientras tanto, ametrallar a campo abierto, perseguir a los que escapaban... tratar de causar a la población el mayor daño posible; que el mundo entero temblara ante la magnitud de la noticia. “Para nosotros – afirmó luego uno de los pilotos que participó en el bombardeo – todas las órdenes son iguales”.
El ataque aéreo sobre Guernica fue algo más que una simple operación en el frente norte de la guerra. La combinación de bombarderos y cazas, cuarenta y tres en total, dejaría la ciudad borrada del mapa, llena de cráteres, de cadáveres, de lamentos. Uno de los objetivos militares – por decir algo – era un pequeño puente que los paisanos utilizaban para pescar el barbo; por ese puente, que varios miles de kilogramos de bombas no pudieron hundir, pasarían las columnas victoriosas de Franco tres días después del bombardeo, a hacerse cargo de lo que quedaba. Porque, para Emilio Mola, aquella población había alcanzado la categoría de nudo gordiano: varios cientos de gudaris, anarquistas, “rojerío” vario... habían alcanzado la ciudad en desbandada y, aprovechando que el 26 de abril era día de mercado, habían permanecido en la ciudad. Pero su capacidad defensiva era nula. Ni antiaéreos, ni artillería... Tan solo viejos fusiles y un par de ametralladoras oxidadas. La población, unos 7.000 habitantes, había crecido anormalmente ante la avalancha de refugiados que huían del avance nacional; las panaderías trabajaban a destajo, las tabernas estaban llenas. Algunos guerniqueses se habían puesto manos a la obra para construir refugios y alguna trinchera pero aquel domingo tocó la banda municipal y se proyectó una película en el cine Liceo. El ambiente era de normalidad.
Mientras tanto, en Burgos, se cargaban en los Junkers y Heinkels unos extraños tubos de aluminio y acero, que encerraban unos 165 gramos de magnesio en su interior, listo para fluir a través de seis aberturas practicadas en la base del tubo, justo en el momento en que las casas se vinieran abajo sobre sus ocupantes. Anteriormente, ya se habían utilizado sobre los barrios obreros de Madrid pero el escenario de calles estrechas, delimitadas por edificios de madera, parecía, esta vez sí, el ideal. Cuando Von Richthofen, extrañado ante la poca entidad del objetivo que le tocaba, preguntó a sus pilotos y consejeros: “¿Saben ustedes algo de Guernica?”... todos se encogieron de hombros. El representante de Franco en la Legión Cóndor si lo sabía pero, según los historiadores, se cuidó mucho de abrir la boca.
Cuando sonó sobre la ciudad la primera de las alarmas, y la segunda, la mayoría aprovecharon para apurar los chatos de vino o terminar de despedirse de su cuadrilla; las alarmas antiaéreas sonaban una decena de veces al día y aquel parecía un día normal. Cuando sonó por tercera vez y los parroquianos se decidieron a encarar el camino de vuelta a casa, el primero de los aviones enfilaba, a más de doscientos kilómetros por hora, la avenida principal. Unos segundos después, empezaban a explotar las casas, que se derruían como una tea incandescente, víctimas de la química que encerraban los nuevos ingenios alemanes. La gente que lograba salir de sus domicilios presentaba horribles quemaduras y era proyectada por la onda expansiva y las deflagraciones a muchos metros de distancia, impactando con violencia con el suelo. La lluvia de acero, de astillas, de fuego, se prolongó durante mucho tiempo, muchísimo, en el que la mayoría de los edificios señeros de la ciudad, ayuntamiento, iglesias... fueron reventados por bombas de doscientos cincuenta kilos. Y aquello parecía no tener fin; desde Burgos despegaron varias escuadrillas y desde Vitoria, cazas de refuerzo. Dos horas después del primer impacto, la humareda tal que los pilotos alemanes reconocieron en sus informes que accionaban la palanca sin tener la más mínima idea de sobre qué iban a caer... Todo acabó a las siete y media de tarde.
La ciudad tardó un día en apagar los incendios y otro en recoger a sus muertos. Todavía campaban en Guernica los rescoldos cuando entraron, al mando de Mola, cientos de requetés, flechas negras italianas y dos compañías de moros de los ejércitos de África. La brigada de zapadores se limitó a instalar unas tiendas de campaña porque, realmente, no había demasiado de salvar y los italianos, siempre tan atrevidos, no perdieron el tiempo de cortejar a algunas mozas de la ciudad; y mientras tanto, en el mundo acabada de estallar otra guerra... la de la controversia sobre los autores y la magnitud de la tragedia... y en ella, parece, que aún estamos.
La primera víctima de la guerra es la verdad
“Ante Dios y la historia que nos ha de juzgar, juro que durante tres horas y media, aviones alemanes han bombardeado con una fiereza desconocida hasta ahora, a la ciudad de Guernika y a su población indefensa” – Lendakari Aguirre, 30 de Abril de 1937
“No debe ser admitida, bajo ninguna circunstancia, una investigación internacional sobre Guernika” – Adolf Hitler, 15 de Mayo de 1937
“Por Dios, convenzan a Franco de que formule una enérgica y tajante negativa acerca de que aviadores alemanes hayan atacado Guernika” – Joaquim Von Ribbentrop, Ministro de Exteriores del Reich, 4 de Mayo de 1937
“Guernika fue incendiada con gasolina por los propios vascos” – Comunicado del Cuartel General de Franco, 5 de Mayo de 1937
“No debe ser admitida, bajo ninguna circunstancia, una investigación internacional sobre Guernika” – Adolf Hitler, 15 de Mayo de 1937
“Por Dios, convenzan a Franco de que formule una enérgica y tajante negativa acerca de que aviadores alemanes hayan atacado Guernika” – Joaquim Von Ribbentrop, Ministro de Exteriores del Reich, 4 de Mayo de 1937
“Guernika fue incendiada con gasolina por los propios vascos” – Comunicado del Cuartel General de Franco, 5 de Mayo de 1937
“Cuando pasé sobre el objetivo, la población quedó oculta por el polvo y el humo; arrojé las bombas como pude” – Hans Henning, Jefe de una de las escuadrillas, a su superior, 30 de abril de 1937
3 comentarios:
Nunca había leído una descripción tan precisa, gracias. Uno de los momentos más escalofriantes de la Historia de España.
Aquí algunos recortes de periódicos de la época que recogían la noticia.
Un saludo.
Gracias por el enlace Verracus.
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