Cantabricii... o Cántabros... una palabra que, alrededor de finales del siglo I a.C, al legionario medio le motivaba que se le abrieran las carnes. Pocos, muy pocos enemigos se encontraron las águilas romanas que les opusieran la resistencia, sistemática siempre, feroz y cercana a la locura la mayoría de las veces, que este pueblo altivo y orgulloso era capaz de desplegar antes sus enemigos. Pero vayamos por partes...
Cántabros fue el nombre dado por los romanos a un conjunto determinado de pueblos, algunas veces no demasiado homogéneos, que habitaban el norte de la península y cuyo territorio se extiende por lo que hoy son las modernas provincias de Cantabria, gran parte de Burgos y de Palencia y retazos de León y del Principado de Asturias. No es cuestión de aburriros con topónimos y demás zarandajas... Quedaos con que los romanos les conocían desde el siglo III a.C. y que les metían a todos en el mismo saco étnico, puede que por el considerable grado de mala leche con la que se conducían casi siempre. Más científicamente, se les podría alistar en el gran conglomerado de pueblos con raíces más o menos celtas que llegaron a España entre el 350 y el 300 a.C.
Estrabón, el gran geógrafo griego que describió con soltura a la gran mayoría de los pueblos hispanos, también nos dejó una buena semblanza de los cántabros, probablemente porque le llamaron más la atención que los demás. Estrabón les observó con interés y denotó que ¡oh, sorpresa!... su sociedad era eminentemente matriarcal, esto es, que mandaban las mujeres – menuda novedad... – Ojo, también hay que decir que mandaban y predicaban con el ejemplo porque según el griego “... ya estaban labrando los campos recién paridas, o elaborando el pan con la harina de las bellotas que ellas mismas recolectaban y molían, o cosiendo los vestidos con los que se abrigaban... " ¡Claro! Ya que ellas eran las que trabajan, por lo menos también eran las que firmaban los cheques...
Aunque la verdad es que cheques, lo que se dice cheques, tampoco hacían falta; recurrían sistemáticamente al trueque – como vamos a hacer aquí si no mejora algo el asunto... – ya que no conocían el numerario. Además, eran razonablemente limpios, ya que dejaban pudrirse unos orines con los que se lavaban las axilas y los dientes, conocían la herboricultura, ya que manejaban una considerable colección de hierbas con las que elaboraban venenos y medicinas y, contrariamente al español medio, apenas probaban el vino y, sin embargo, eran muy dados a la cerveza. Pero ¿y los hombres, a que se dedicaban? Pues, básicamente, a abrir la cabeza al legionario de turno. Me explico: los cántabros vivían en unas tierras en las que la agricultura era muy costosa y con las bestias, parece ser que no se manejaban tan bien como sus vecinos los Arevacos así que, año sí, año también, con los deshielos de las primeras nieves descendían de sus santuarios en las montañas y saqueaban las tierras de las tribus vecinas, por lo civil o por lo criminal. Entre que algunas de estas tribus ya eran muy amigas del mundo romano – en el fondo más súbditas que amigas – y que, una vez muerto Julio César, a su sobrino Augusto le hacía falta una guerrita para quedar bien con su pueblo, en el año 26 a.C. nada más y nada menos que ¡siete! legiones se dieron cita para canear a los pobrecitos cántabros.
Al principio la cosa no fue bien, pero es que luego fue peor; la táctica de los cántabros consistía en una guerra de guerrillas, evitando la confrontación directa con los romanos y zurrándoles la badana en cuanto que éstos se daban la vuelta. Su mayor conocimiento del abrupto terreno del norte peninsular y su habilidad con el armamento ligero – al parecer eran casi tan buenos como los baleares con la onda y excelentes con la jabalina – les facilitó el trabajo y generaron tal ataque de nervios en Augusto que tuvo que retirarse a Tarragona a descansar. Sólo la superioridad técnica romana, la participación del mejor general de Augusto en la contienda, Agripa, y la acción combinada de las legiones y la flota del norte, pudo poner fin a la contienda en el 16 a.C. El coste fue altísimo: aparte de miles de crucificados por los romanos – muchos de ellos se ponían a cantar una letanía religiosa, lo que ponía de los nervios a sus verdugos – y muchos miles más esclavizados en la Galia, apenas hubo supervivientes ya que fomentaban el suicidio ritual y las madres asesinaban a sus hijos si sospechaban que tenían posibilidades de caer en cautiverio. De hecho, cuando recibieron orden, acabada la guerra, de renunciar a sus castros montañosos y establecerse en los valles, los romanos, recelando de su escaso número, mandaron patrullas... que no consiguieron encontrar a casi nadie más.
Cántabros fue el nombre dado por los romanos a un conjunto determinado de pueblos, algunas veces no demasiado homogéneos, que habitaban el norte de la península y cuyo territorio se extiende por lo que hoy son las modernas provincias de Cantabria, gran parte de Burgos y de Palencia y retazos de León y del Principado de Asturias. No es cuestión de aburriros con topónimos y demás zarandajas... Quedaos con que los romanos les conocían desde el siglo III a.C. y que les metían a todos en el mismo saco étnico, puede que por el considerable grado de mala leche con la que se conducían casi siempre. Más científicamente, se les podría alistar en el gran conglomerado de pueblos con raíces más o menos celtas que llegaron a España entre el 350 y el 300 a.C.
Estrabón, el gran geógrafo griego que describió con soltura a la gran mayoría de los pueblos hispanos, también nos dejó una buena semblanza de los cántabros, probablemente porque le llamaron más la atención que los demás. Estrabón les observó con interés y denotó que ¡oh, sorpresa!... su sociedad era eminentemente matriarcal, esto es, que mandaban las mujeres – menuda novedad... – Ojo, también hay que decir que mandaban y predicaban con el ejemplo porque según el griego “... ya estaban labrando los campos recién paridas, o elaborando el pan con la harina de las bellotas que ellas mismas recolectaban y molían, o cosiendo los vestidos con los que se abrigaban... " ¡Claro! Ya que ellas eran las que trabajan, por lo menos también eran las que firmaban los cheques...
Aunque la verdad es que cheques, lo que se dice cheques, tampoco hacían falta; recurrían sistemáticamente al trueque – como vamos a hacer aquí si no mejora algo el asunto... – ya que no conocían el numerario. Además, eran razonablemente limpios, ya que dejaban pudrirse unos orines con los que se lavaban las axilas y los dientes, conocían la herboricultura, ya que manejaban una considerable colección de hierbas con las que elaboraban venenos y medicinas y, contrariamente al español medio, apenas probaban el vino y, sin embargo, eran muy dados a la cerveza. Pero ¿y los hombres, a que se dedicaban? Pues, básicamente, a abrir la cabeza al legionario de turno. Me explico: los cántabros vivían en unas tierras en las que la agricultura era muy costosa y con las bestias, parece ser que no se manejaban tan bien como sus vecinos los Arevacos así que, año sí, año también, con los deshielos de las primeras nieves descendían de sus santuarios en las montañas y saqueaban las tierras de las tribus vecinas, por lo civil o por lo criminal. Entre que algunas de estas tribus ya eran muy amigas del mundo romano – en el fondo más súbditas que amigas – y que, una vez muerto Julio César, a su sobrino Augusto le hacía falta una guerrita para quedar bien con su pueblo, en el año 26 a.C. nada más y nada menos que ¡siete! legiones se dieron cita para canear a los pobrecitos cántabros.
Al principio la cosa no fue bien, pero es que luego fue peor; la táctica de los cántabros consistía en una guerra de guerrillas, evitando la confrontación directa con los romanos y zurrándoles la badana en cuanto que éstos se daban la vuelta. Su mayor conocimiento del abrupto terreno del norte peninsular y su habilidad con el armamento ligero – al parecer eran casi tan buenos como los baleares con la onda y excelentes con la jabalina – les facilitó el trabajo y generaron tal ataque de nervios en Augusto que tuvo que retirarse a Tarragona a descansar. Sólo la superioridad técnica romana, la participación del mejor general de Augusto en la contienda, Agripa, y la acción combinada de las legiones y la flota del norte, pudo poner fin a la contienda en el 16 a.C. El coste fue altísimo: aparte de miles de crucificados por los romanos – muchos de ellos se ponían a cantar una letanía religiosa, lo que ponía de los nervios a sus verdugos – y muchos miles más esclavizados en la Galia, apenas hubo supervivientes ya que fomentaban el suicidio ritual y las madres asesinaban a sus hijos si sospechaban que tenían posibilidades de caer en cautiverio. De hecho, cuando recibieron orden, acabada la guerra, de renunciar a sus castros montañosos y establecerse en los valles, los romanos, recelando de su escaso número, mandaron patrullas... que no consiguieron encontrar a casi nadie más.
LAS CLAVES
- La guerra contra los Cántabros y Astures fue sobre todo, una guerra política. Augusto era un soberano débil que necesitaba ser reforzado por un triunfo en política exterior. Pero costó mucho más de lo esperado, muchísimo...
- Los cántabros iban vestidos enteramente de negro o de parduzco, al menos los hombres. Las mujeres recurrían al rosa o rojizo como tono habitual de trabajo y para las ocasiones especiales... ¡que mejor que el verde!
- Augusto tardó 10 años en conquistar un territorio equivalente a la provincia de Cáceres. Su tío, Julio César tardó poco más de seis en conquistar toda Francia...
- Todavía en tiempos de Nerón, a la altura del 60 d.C. tenemos noticias de expediciones militares para pacificar a los Cántabros lo que indica la belicosidad de éstos. Para controlarlos y para explotar las minas de oro del norte penínsular, los romanos destinaron a León a la legio VII Gemina, teniendo así, Hispania, el honor de ser la única provincia del Imperio donde, sin lindar con un enemigo declarado, era necesaria la presencia de un contingente armado.
4 comentarios:
Mi tierra es un excelente terreno para quien disponga de pocas fuerzas y quiera descuajeringar a quien se mueve poderoso.
Salvando todas las distancias y manteniéndome exclusivamente en las cosas del que fue mi oficio, tal que Afganistán.
Mira que considero admirables a los romanos, pero es que no puedo dejar de sentir una pizca de ¿orgullo? por los antiguos habitantes de la tierruca. Anticipando por lo que más tarde seríamos conocidos los españoles por medio mundo: las ganas de combatir mucho más allá de los límites de lo racional
Ya lo dijeron los propios romanos: "Hispania, la primera provincia en ser invadida, la ultima en ser conquistada."
Yo no creo que la razón pricipal para que Roma fijase sus ojos en Cantabria fuese la tan consabida excusa de los saqueos que éstos hacían en las tierras de los vacceos.
Más bien creo que se debió a la ayuda que prestaron los cántabros a los aquitanos en su guuerra contra el ejército romano. Digamos que en aquella ocasión Roma juró venganza y para ello valdría cualquier excusa.
Casualidad o premeditación?: la expedición marítima que atacó las costas cántabras llegó de ... Aquitania, en ese momento ya completamente romanizada.
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