Cierto día, hace ya bastante tiempo, varios miles de mujeres griegas esperaban a ver si sus maridos habían salido triunfantes de una batalla. El enfrentamiento en sí, se estaba produciendo en una gran llanura, a unos cuarenta y dos kilómetros aproximadamente de Atenas y tenía singular importancia; dejando aparte que en está vida, hay que intentar prevalecer, los rivales de los griegos, los persas se habían ocupado de pregonar a los cuatro vientos el indigno destino que le esperaba a la ciudad – y a sus habitantes – en caso de alzarse con el triunfo. Pues bien, ante semejante panorama, las esposas griegas habían jurado a sus maridos que, si en veinticuatro horas no recibían noticias, serían ellas mismas quienes matarían a su prole, suicidándose a continuación.
El mencionado enfrentamiento se producía al amparo de las Guerras Médicas, que no son las que se producen entre el Consejero madrileño de Sanidad y los sindicalistas, sino entre los griegos y los "medos" o persas. En esta ocasión - porque ambos bandos estaban a la gresca día sí, día también... - muchos miles de persas al mando de Artafernes, desembarcaron al pie de la llanura con la intención de liquidar a los mucho menos numerosos griegos... pero no contaban con el genio de uno de los mejores generales de la antiguedad, Milcíades; Nuestro amigo, algo contrariado por la deserción a última hora de los espartanos, decidió limitar la eficacia de la caballería enemiga a base de pegarse todo lo posible a la ladera de una montaña y concretar toda su fuerza en el flanco, a priori más descubierto. Los griegos, espoleados por la decisión de su jefe y por los malos augurios que se cernían sobre sus familias, canearon a los persas cantidad peeeeero lamentablemente les llevó algo más de tiempo del esperado por lo que corrían el riesgo de que sus parientas, al ignorarlo, ejecutasen su plan y dejasen la polis como un erial...
Menos mal que Milcíades decidió enviar a un joven mensajero a la carrera con el propósito de evitar lo que parecía inevitable. El elegido o enmarronado, según se mire, fue un joven soldado que atendía por Filípides y que acabaría pasando a la historia no por sus virtudes bélicas, sino por su capacidad atlética; recién acabada la batalla, el joven griego recibió la orden y salió disparado a llevar la buena nueva a sus ciudadanos... Filípides, ascendiendo colinas, atravesando valles y riachuelos, logró acortar la distancia de los cuarenta y dos kilómetros que era necesario completar por una especie de camino, hasta los treinta y tantos que se supone acabó corriendo... Al llegar, extenuado, solo tuvo fuerzas para pronunciar el nombre de la diosa griega Niké – Victoria – y cayó muerto allí mismito.
Muchos siglos más tarde, su hazaña fue recordada al incluir una carrera de unos cuarenta kilómetros en el programa de las primeras olimpiadas, celebradas en Atenas en 1896. La victoria, como no, fue para un pastor griego llamado Spiridon Louis que consiguió de esta manera la única medalla para la representación de su país, la gloria olímpica y, además, no pagar prácticamente por nada hasta el final de sus días ya que Grecia entera se volvió literalmente loca por su triunfo y se encargó de mantenerle de por vida. Años más tarde, en 1908, la distancia a cubrir en la prueba, que hasta ese momento era muy variable, quedó establecida en 42 kilómetros 195 metros que es la distancia entre el estadio White City de Londres y la puerta del Palacio de Windsor... Se ve que a la reina le hacía ilusión ver la salida...
Hoy día, cualquier persona con una buena forma física y que se prepare durante cuatro o cinco meses, puede salir victoriosa de su particular “batalla de maratón”. Un servidor, que la ha corrido, puede asegurar que si bien no es todo correcta la impresión de que “es una carrera para disfrutar...” la sensación que te produce alcanzar la meta y de paso, acabar con tanto sufrimiento, es indescriptible, por no hablar de los sentimientos de superación, sacrificio y compañerismo que, en un marco como éste, adquieren su verdadero valor.
Menos mal que Milcíades decidió enviar a un joven mensajero a la carrera con el propósito de evitar lo que parecía inevitable. El elegido o enmarronado, según se mire, fue un joven soldado que atendía por Filípides y que acabaría pasando a la historia no por sus virtudes bélicas, sino por su capacidad atlética; recién acabada la batalla, el joven griego recibió la orden y salió disparado a llevar la buena nueva a sus ciudadanos... Filípides, ascendiendo colinas, atravesando valles y riachuelos, logró acortar la distancia de los cuarenta y dos kilómetros que era necesario completar por una especie de camino, hasta los treinta y tantos que se supone acabó corriendo... Al llegar, extenuado, solo tuvo fuerzas para pronunciar el nombre de la diosa griega Niké – Victoria – y cayó muerto allí mismito.
Muchos siglos más tarde, su hazaña fue recordada al incluir una carrera de unos cuarenta kilómetros en el programa de las primeras olimpiadas, celebradas en Atenas en 1896. La victoria, como no, fue para un pastor griego llamado Spiridon Louis que consiguió de esta manera la única medalla para la representación de su país, la gloria olímpica y, además, no pagar prácticamente por nada hasta el final de sus días ya que Grecia entera se volvió literalmente loca por su triunfo y se encargó de mantenerle de por vida. Años más tarde, en 1908, la distancia a cubrir en la prueba, que hasta ese momento era muy variable, quedó establecida en 42 kilómetros 195 metros que es la distancia entre el estadio White City de Londres y la puerta del Palacio de Windsor... Se ve que a la reina le hacía ilusión ver la salida...
Hoy día, cualquier persona con una buena forma física y que se prepare durante cuatro o cinco meses, puede salir victoriosa de su particular “batalla de maratón”. Un servidor, que la ha corrido, puede asegurar que si bien no es todo correcta la impresión de que “es una carrera para disfrutar...” la sensación que te produce alcanzar la meta y de paso, acabar con tanto sufrimiento, es indescriptible, por no hablar de los sentimientos de superación, sacrificio y compañerismo que, en un marco como éste, adquieren su verdadero valor.
Saludos.
1 comentario:
La verdad es que este blog me encanta.
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